20 junio 2013

protesta musical


DENUNCIAMOS:

• La inflexibilidad del sistema fiscal que no tiene en cuenta las rentas irregulares de los músicos, artistas y autores.
• La falta de apoyo por parte de las instituciones, tanto para l@s artistas como para promotores y gestores de cultura, para mantenerla viva y para resolver esta problemática actual.
• La repentina ejecución masiva de inspecciones y sanciones sin previo aviso.
• La negación de la oficina de inspección de trabajo, a la solicitud de una moratoria. Pedimos un plazo de tiempo para que l@s artistas y dueños de salas podamos buscar y decidir la manera viable, más justa y rentable de regularizar nuestra actividad, sin tener que suspenderla hasta dar con la solución.
• A los gerentes de locales que se desentienden de la responsabilidad de resolver nuestra contratación para su empresa, aquellos que balancean con nosotros las pérdidas pero no los beneficios.
• La retribución tan infíma que se aporta a cambio de un inmenso trabajo.
• Que el “régimen general de artistas” creado en el año 1985 es obsoleto e injusto.

DECLARAMOS:

• Que hemos comenzado un trabajo colectivo de asesoramiento y debate porque estamos decidid@s y forzad@s a encontrar o crear una alternativa.
• Que la cultura debería agradecerse, reforzarse, potenciar e impulsar mientras la realidad, es que la están aniquilando.
• Queremos y necesitamos una cultura viva, libertad de creación y poder compartir lo creado. Vamos a conseguirlo.

13 junio 2013

A modo y manera de testimonio. Batallitas de un pseudo-cantautor cincuentón



¡Quién me iba a mí a decir cuando subí a un escenario por primera vez que ser músico –dedicarse a la música- era esto…?

No recuerdo exactamente el año; sería 1973 o 74. Sí recuerdo que fue en la Plaza de San Juan de la Rambla, en Tenerife, como integrante de la Coral de Voces Blancas de la Caja de Ahorros de Tenerife. Contaba 12 o 13 años de edad, como la mayoría de mis compañeros, muchos de ellos, hoy, VERDADEROS artistas; músicos reputados –con perdón…- como Jorge Hops, Paulino Toribio, Rubén Díaz, Alfredo Llanos…, o bailarines de renombre como Martín Padrón, entre otros. Cantábamos huyendo del repertorio infantil al uso (Mambrú se fue a la guerra, por ejemplo) y nos dejamos embelesar por textos musicados de Machado, Miguel Hernández, Lorca, Guillén…, o con canciones de Yupanqui y Paco Ibáñez. Todo esto fue posible –en una época ciertamente restrictiva en lo que a las libertades se refiere- gracias al empeño y talento de un gran músico: Alberto Delgado Prieto.

Cuento esto para que se entienda que, al menos en mi caso, la llamada Canción de Autor (o Protesta, o Popular, o como se le quiera llamar…) formó parte de mí desde mis comienzos. Cuando mi voz pasó “de blanca a grisácea”, con 15 años, y fundé el dúo Tajinaste seguí la línea marcada, sobre todo, por la canción popular y reivindicativa de Sudamérica (Yupanqui, Feliú, Cabral, Jara…). Ya en solitario, en el verano del 78, comencé una andadura informal, irregular e inconstante jalonada por mis furtivos reflejos en el espejo de de los grandes de la actividad cantautoril española (Pastor, Serrat, Aute, Muntaner…).  Y hasta ahora…

Para mí, la música –al menos la que yo he hecho siempre- está impregnada de una pátina reivindicativa y poética (a partes iguales) con la que no sólo me siento cómodo, sino a la que considero esencial y fundamental. No me considero estrictamente panfletario (salvo excepciones…), pero me incomoda sobremanera interpretar, e incluso escuchar, canciones –llamémoslas- “de bajo perfil cultural” o con un ñoño concepto social y, por supuesto, que denoten la acepción más peyorativa de “simpleza” en su composición armónica y melódica. Siempre he reivindicado una canción combativa y enérgica en sus conceptos, al tiempo que sedosa y frágil en sus formas.

Admiro sincera y abiertamente a los que considero como verdaderos músicos, a quienes estudian años y años para ofrecer sus composiciones originales, a quienes aman tanto la música que la han convertido en su profesión y en una parte indisociable de su propia vida. Respeto incondicionalmente a quienes, como yo, aportan su aprendizaje de carretera y manta y su necesidad vital de hacer música; porque –además, así lo creo- hay espacio para todos. Reniego, por el contrario, de vividores de escaso talento que, aupados por no se sabe bien qué enfermizos intereses propios o ajenos, engañan –sí, sí: engañan…- a la gente que los escucha, vendiéndoles por música lo que es pura bazofia pentagramada. Bien sabe mi amigo y contínuo profesor Manolo Rodríguez que soy un desastre como alumno…;pero eso sí: sabe perfectamente que siempre he enfocado mi actividad musical a un solo objetivo: sentirme bien componiendo, tocando o cantando. Ser, al menos, algo feliz.

Con mayor o menor fortuna, he ido adquiriendo a lo largo de casi 40 años de pseudo-dedicación unas vivencias en el ámbito de la música que, en justicia, no me hubieran correspondido. Sin cultivarme profesionalmente en ella, aún así, me he permitido el lujo y la osadía de componer, tocar, cantar, estar en muchas ocasiones acompañado de músicos magníficos, hacer algunas grabaciones, editar mi propio proyecto discográfico, girar por islas, ganar algunos certámenes en Canarias y en Península, tener cierta relevancia en una parte del panorama musical isleño, contar con el reconocimiento de mis amigos, llegar con mis canciones a personas que hasta entonces me eran anónimas y conocer y ser conocido por un abanico de músicos, cantantes y grupos a los que siempre admiré y seguiré admirando. Me siento sobradamente recompensado por todo ello.

Gracias a ser señalado por la suerte, nunca tuve que dedicarme en exclusiva a la música; si hubiera sido así –lo reconozco- me hubiera muerto de hambre… O algo peor: hubiera podido ser el compositor de canciones tipo “El polvorete” o “La Macarena”… (¡¡Ahaaahh!!) Hubiera ganado mucho dinero, sí, pero creo que a un precio demasiado alto para mí…

Una parte importante de mi vida –por tiempo dedicado y por experiencias- estuvo dedicada profesionalmente a la promoción artística desde la acción cultural institucional. Gracias a mi trabajo, a lo largo de casi 15 años tuve la oportunidad de ayudar, en la medida de mis posibilidades, a intentar consolidar bases para la cimentación y expansión de las artes escénicas en nuestras islas. Fue una tarea dura pero gratificante. Y creo que necesaria también. No lo hice solo, por supuesto; las circunstancias fueron favorables: el despegue de circuitos culturales, el ansia de los organismos públicos para proyectar –y proyectarse- en algo que no fueran carreteras, alcantarillados o farolas, las vacas gordas de la economía post-transición…, hicieron también su parte. Nacieron muchas propuestas artísticas, se realizaron muchas producciones teatrales y musicales, un cada vez más nutrido elenco de creadores veían recompensados justamente sus esfuerzos, percibiendo cachets hoy impensables o teniendo las mejores condiciones de sonorización para la época. Pero todo eso terminó. La actual situación de crisis proyecta la necesidad de una auténtica economía de subsistencia; y el sector de las artes escénicas en general y de la música en particular no es ajeno a esta coyuntura.

Recuerdo que, por ejemplo, en la segunda mitad de los 90, un grupo mediano (5-6 integrantes), no muy conocido pero con un disco en el mercado, con una trayectoria de 4 o 5 años, pedía –y cobraba sin mayores problemas- un cachet de 175.000 pesetas (libres de impuestos), más rider técnico, desplazamiento y dietas. Estamos hablando de un coste global cercano a las 500.000 pesetas de entonces (3.000 euros actuales, sin contar la depreciación experimentada por el valor del dinero), por una actuación de hora y media de duración. Hoy, esa misma producción y con el mismo baremo de valoración, rondaría los 5.000 euros. Nada más lejano y ajeno a la realidad actual. Hoy, a un grupo de similares características se les ocurre pedir 500 euros, llevando su propia sonorización y pagando de su bolsillo el transporte y la manutención (bocata, birra y poco más…) y, quienes antes pagaban generosamente lo solicitado se echan las manos a la cabeza, espetándoles un aullido alarmado: “COMOVASHELEEEESHOOOO!!!???

Si a esto unimos: a) que el número de grupos, solistas, orquestas, etc…, se ha multiplicado por 20 en diez años (que es positivo, por supuesto); b) que las instituciones sólo pagan cachets y gastos a grupos foráneos (a los demás les ceden instalaciones y cobran a taquilla); c) que, aunque hay más bares, pubs y similares que hacen música en vivo, la crisis también se ha cebado en ellos y no pueden responder de pagos fuera de carta; d) que la legislación –o, más bien, su ejecutiva aplicación- está siendo inmisericorde con un colectivo paupérrimo en sus ingresos…, el cóctel es altamente explosivo y puede conllevar una resaca de tintes cuasi-épicos, cuando no apocalípticos.

Las asociaciones, colectivos, uniones y cooperativas de músicos que en Canarias son han hecho y hacen mucho en pro del sector, han conseguido y consiguen mucho para los músicos e intérpretes; aunque –por lo que parece- no ha sido ni es suficiente para dar respuesta a esta parte importante del tejido profesional, laboral y económico de nuestra comunidad. No olvidemos que la actividad musical –remunerada o no, regularizada o no, continuada o no- arrastra tras de sí a otras que son igualmente importantes y necesarias: el comercio minorista de artículos musicales, los estudios de grabación, las compañías de sonido e iluminación, transportistas, pequeña hostelería, turismo cultural… Es por ello que, en esta economía globalizada en la que nos desenvolvemos, quizá nadie sea imprescindible, pero todos son NECESARIOS.

El primer paso está dado: los músicos e intérpretes han alzado su voz; todavía de manera tenue, descoordinada, contradictoria a veces, indignada o preocupada…, pero SEGURA Y FIRME: quieren  –queremos- seguir desarrollando la profesión, en las mejores condiciones posibles, dentro de una legalidad justa y equitativa, solidarios y con responsabilidad, pero sin que este sistema (que no hemos inventado ni auspiciado, pero que, como todos, padecemos) niegue el pan y la sal como norma preestablecida.

Hay más acciones aún por acometer: involucrar a las instituciones y organismos públicos en la defensa de los valores culturales y de quienes los desarrollan día a día; consensuar posturas con la parte contratante (empresarios); acordar baremos de aplicación de la ley con las autoridades; implicar a los creadores de opinión (periodistas); denunciar –con nombres y apellidos- los atropellos a la profesión y a quienes los ejercen; propiciar los cambios necesarios para adecuar el sector a las nuevas circunstancias… En fin: hay muchísimo curro por delante.

“Queda la música”, cantaba Luis Eduardo Aute. Sí: cuanto todo acaba, cuando el mundo se desmorone, cuando el final llegue, aún quedará la música. Es esa música la que hay que salvar; la que nace del corazón mismo de quienes la crean. Ese corazón malherido hoy, oprimido y confuso, pero que transmite fuerza, ilusión, valentía y determinación. Miremos hacia adelante sin olvidarnos del pasado. Yo seguiré –por necesidad vital, sobre todo- componiendo, tocando, cantando. Lo necesito como comer, amar o pensar. No estoy dispuesto a admitir cortapisas que me lo impidan. Es lo que conocí y amé desde que mi padre tocaba su piano cuando yo era niño, desde que escuché los versos cantados de “Palabras para Julia”, desde que me atreví a poner música a la “Elegía” de Rafael Alberti y convertirla en incipiente e iniciática canción, desde que escuché a los grandes del jazz, del pop o de la salsa, desde que la bossanova se me incrustó en la piel y en los sentidos…  
Como cantó Silvio Rodríguez: “Te conozco, desde siempre, desde lejos…”. 
¡¡VIVA LA MÚSICA!!